Published on mayo 1st, 2013 | by
0Editorial: Coverless
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Recuerdo mal que la mente es espontáneamente dichosa si no se la fuerza, tal y como la palabra es por naturaleza transparente y clara si no se ve agitada.
La confusión, suerte de utopía arcaica de quienes estiran y encubren sus ideas con palabras, parece compromiso y cobijo entre sofismo autocomplaciente y sincronicidad de Jung, que defiende aquello que no sostiene el juicio, con lo etéreo de la sílaba. De otro modo, su propio peso ordenaría pensamiento y voluntad, y en tal inquietud afondarían tales pretextos en el claro e hialino par que fue la razón.
Y es que se acerca a mi ánimo la cuestión de la escritura –la agitación– lo leído como un caos sin código y sin destino, senda impaseable que con frecuencia resulta la palabra –unión, diferencia–, tratada e injuriada y cubierta de légamo, adornándola de polisón o lo que no dijo el poeta, «palabra soy, he dicho».
Por tal diferencia y confusión nacida en la propiedad, huelga decir que lo aparente gobierna la palabra, que hay quien cita por más decir y quien obvia por escribir escasamente, quien aparenta pensamiento, mesamiento e intelectualidad de barba y peinado descuidado, y quien se complace adivinando que la palabra, señores, apenas dice.
Pues bien, se dice seguirán existiendo contínuos mentales –atenciones para adentro, ideas, instancias entre fundamentos–, ¿pero habrá entre tanto, justo equilibrio entre la menos cierta autosuficiencia y la indagación de lo propio, entre la falta de propiedad y la metempsicosis de lo dicho, entre la verdad y algo más que las meras palabras?
Quien dice y sólo dice, obliga a lectura parca por mejor entender, economizando en este empeño lo más sutil de la conciencia; y quien piensa y trata de decir, lleva la profesión por dentro, y aventuro yo no se atreve, por literario, a decir lo que dice.
Entre lo dicho y lo escrito, y lo escrito y lo dicho después, desconozco quién sea parco en palabras para huir de la locuacidad, y cuestiono quién observe este hecho en lectura o pensamiento. El equilibrio entre una y otra cosa va más lejos por lo tanto de la propia palabra, y se deja a merced del cuestionado lector agitado e injuriado, poseedor, según dicen, de la respuesta.
Dudo si, por todo, se puede otorgar tanto poder al pro común, ni tanta excepcionalidad a lo que poco es, fruto más del hechizo que de la propia sílaba. Por todo ello, y sin olvidar que el equilibrio de la literatura resulta de la peripecia de quien la ha comprendido, considérese que cualquier opinión incólume diste de la de quien decía no tener fé en el lector, o de quien reconocía ser «postmoderno, muy a (su) pesar».
La respuesta y sensación de un general desasosiego –diferencia entre el circunstante y la circunstancia–, se olvida o no de la certeza, y se acerca con sigilo de no cometer a la ignorancia del no lector y del escritor nunca leído. Presumirán ustedes que, por tal razón y si la literatura se encuentra ausente de todo esto, la explicación y existencia a tanta parca lectura y escritura se encuentra ahí, más o menos cerca o lejos de ubicuidades: la palabra, lo literario, resulta escaso, resultan escasos los lectores, y resulta escaso el material literario que nos ofrece la existencia.
Sea o no lo actual –contemporáneo frontera de nuestro general entender–, confróntese coverless, mesamiento y escritura parca. Quizás sea en la modernidad escasa la frecuencia y la sílaba, en método o en presencia. Aún así y a su pesar, se presumirá siempre confusión donde haya literatura, y ahí se encontrará el lector parco y el escritor renuente; tan preclara e ingenua es la confusión, y tan obstinada la fuerza de la palabra.
(Words, fortunately, nearly forget)