Avance nº7

Published on mayo 2nd, 2013 | by Antonio Viñuales Sánchez

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Antonio Viñuales entrevista a Ferrer Lerín

Jaca (Huesca). Febrero de 2002.

Antonio Viñuales: Declarado lector de Borges, quizá os une cierto gusto por lo apócrifo, la falsa atribución, la falsa cita…

Ferrer Lerín: Sí, influencias. Pero antes decir que nunca he sido un gran lector; o sea que aunque he tenido en mis manos todos los libros -y llegado a poseer, a almacenar buena parte de ellos- sólo he aprovechado determinadas partes que no han de ser precisamente sus contenidos etéreos sino su corporeidad más evidente. Pero de esto supongo que ya hablaremos luego. O sea que si me preguntáis por las influencias habría que empezar por Richmal Crompton, por las Travesuras de Guillermo, el primero de la serie, el mejor sin duda, y decir que se trataba de Editorial Molino -es fundamental la edición (la 1ª, de 1935, redistribuída en la posguerra), la traducción (de Guillermo López Hipkiss) , los dibujos (de Thomas Henry), porque el libro que me influye es éste y no otra versión- y que me lo regaló mi madre cuando cumplí cuatro años. Esa era una forma de vida que me gustaba -los proscritos, Inglaterra, el perro, etc….- pero dudo que leyera el libro de carrerilla, a lo sumo aquí y allá, mirar los santos. Otra colección de aquel tiempo: Vidas de animales salvajes también de Editorial Molino: Inkosi el león, Kra el mandril, Piko el castor, de Bernard Rutley, ilustraciones de Stuart Tresilian; aunque la humanización de las bestias, esa línea Disney, ya me molestaba entonces, se podía entrar en el fascinante mundo de la zoología del que aún soy claro deudor. Perse. Recuerdo el primer libro: Antología poética de 1960, traducción de Jorge Zalamea para Compañía General Fabril Editora, de Buenos Aires. Qué efecto me hizo, qué beneficioso. Yo venía de Ana Mª Matute y de Cela -los niños (creo que Primera memoria), y el dominio del estrambote- y entré de golpe en el placer de la enumeración y de las nuevas voces. Sí, me preguntabais por Borges. Lo descubrí gracias a Pedro Gimferrer y compré, en una librería ya desaparecida de la Diagonal de Barcelona, toda su obra. Ha sido para mí el gran conductor. Dejando aparte su poesía, que no me interesa, su obra es mi alimento espiritual durante los sesenta. Claro, siempre uno disfruta con lo que se aproxima -y mejora- sus propias inclinaciones. Por ejemplo la pasión por las citas, esa manera de demostrar lo mucho que uno conoce, de epatar a los pobres imbéciles… más adelante ya no interesará el autor más culto, sino el autor más raro, y luego el falso autor. Hay una cosa… «el Hoax», y no hablo de Borges en este momento, que siempre me ha subyugado. Cabrera Infante escribió un artículo casi clarividente sobre «el Hoax»: Ossian, Welles, Poe. Me gusta la simulación, la estafa verbal (y conceptual), la broma. Acabando con Borges, la oximiel -ese ejemplo clásico de oxímoron-, la paradoja, la filosofía matemática, los espejos; unlibro de Woscoboinik editado en Argentina, en 1995 ó 1996, ahí estan las claves de la admiración.

A. V.: Kafka hizo de su literatura carne y apuesta de vida de una manera un poco contradictoria, jugándoselo todo a la baza de la literatura, a contrapelo de la figura del padre y de la familia

Ferrer Lerín: Vila-Matas habla de Jules Renard como de un enfermo de literatura y comenta la malhumorada expresión que muestra el autor de Châlons-sur-Mayenne en una fotografía familiar al aire libre, rodeado por sus saludables hijos y su agradable esposa, al añorar, desear imperiosamente, la penumbra de su escritorio para poder ejercitar lo que Pound definió como el solaz de los hombres solitarios. Difícil matrimonio el de la literatura con algo que no sea la propia literatura. Y aunque es posible convertir en material literario cualquier cosa no son precisamente alimentos celestes las miserias de la cotidianeidad sean tosferina o compresas usadas. La privacidad, el silencio, la libertad quedan hipotecadas: un relevante miembro aún vivo de la generación de los 50, Caballero Bonald, construyó buena parte de su mejor obra entre los llantos nocturnos de sus cinco hijos, pero se trata del último ejemplar de una raza de héroes (modernos).

A. V.: Cierto «anhelo de separatividad» (diría un orientalista) y un muy bien aprendido en Occidente antropocentrismo que desemboca en una acusación de fetichismo, coarta a nuestro modo de ver, la natural relación del lector con los libros como objeto del mundo.

Ferrer Lerín: Ya hemos comentado mi estrecha y constante relación con los libros (hablo de los libros, no, ahora, de la literatura; si es que se puede disociar una cosa de otra, si es que son distintas cosas) y sería bueno saber si artes menores como el coleccionismo, la bibliofilia o el goce táctil y olfativo van en detrimento del desarrollo de la lectura considerada como la mejor de las soluciones para remediar la crisis mundial. Diría que los libritos de la colección francesas “Livres de poche” tienen un olor especial, agradable sin duda, que predispone a su adquisición; que un ejemplar intonso reclama su apertura; que la disposición de los libros en los anaqueles o la rugosidad de su lomo invitan a extender el brazo para su posesión; pero el paso siguiente que es el de la lectura no se ha de producir de forma automática, requiere otro estado de ánimo, próximo, pero diferente. En mi caso, la lectura, siempre parcial, olisqueadora, nerviosa, tarda en producirse; el objeto me coarta, tiendo a acariciarlo, a sopesarlo y, de hecho, su contenido, lo que está detras de las letras, no me atrevo a capturarlo hasta pasado algún tiempo (a veces este tiempo aún no ha llegado), muchas veces por no verme defraudado. Librerías, de viejo. Nada hay ya en las otras que no haya en internet o en una gran superficie. Las sorpresas (“… a estas alturas de la vida no consigo que me sorprendan, y he vivido sólo para eso, para ser sorprendido,…” -J. Hirsch, Le Paradis de la Reine Sybille-) sólo pueden surgir ahí.

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A. V.: «POESÍA: ciencia que enseña a componer y hacer versos, y a describir y a representar con ellos las cosas al vivo, excogitando y fingiendo lo que se quiere.» (del Diccionario de Autoridades, 1737).

Ferrer Lerín: «ALICANTE. f.m. Especie de culebra conocida en tierra de Sevilla, corta como de vara y media, gruesa como la pierna de un hombre, la cabeza mayor de lo que corresponde a ese tamaño. Tiene muchos dientes como colmillos de gato, la piel manchada de pardo oscuro sobre campo ceniciento y en alguna se ha visto verde claro: las labores que forman las manchas son como en la víbora. Es ferocísima, y embiste aunque no la inquieten. Su veneno es mortal, y a más de esto es tanta su fuerza, que suele despedazar y matar a un hombre. Hállase rara vez.» Se trata de la entrada ‘alicante’ del Diccionario de Autoridades, con la grafía actualizada. Literatura en estado puro. Superior en su poder descriptivo y no digamos en su poder fabulador a cualquier bestiario original o recopilatorio. Intenté mi tesis doctoral a partir de los ornitónimos de dicho diccionario. Sólo había una persona que la pudiera dirigir, y murió acuchillada por un conserje.

A. V.: En el mismo Diccionario de Autoridades se lee la siguiente ordenación de entradas: «podredumbre, podrición, podridero, podrimiento, podrir, podrido, poesía, poema, poeta, etc…»

Ferrer Lerín: Son conocidas ciertas habilidades de los oligofrénicos como la capacidad para memorizar números telefónicos y el seguro triunfo en el ejercicio de la aliteración. Llevado quizá por la necesidad perentoria de desmarcarme de estos síntomas siempre he manifestado mi repugnancia por los juegos de palabras (o números) que no se apoyaran en lazos familiares de significado. Por otra parte, y aquí no hay ningún posicionamiento preliminar, he preferido apreciar elementos como muladar, podre o buitre en sus justos términos, o sea, no tratándolos como conceptos lo que nos podría hacer resbalar hacia el desagradable terreno de la metáfora: odio los manuales tipo Simbología del románico.

A. V.: Hoy día es común relacionar estrechamente a la literatura, por esa facultad de poder decirlo todo, con una democracia que estaría por venir, incluso con el porvenir de la democracia misma.

Ferrer Lerín: “Los novísimos” parece que se ha acuñado como etiqueta de una generación que, por razones más cronológicas y geoestratégicas que socioliterarias, se ha considerado como la mía. Por un lado habría que decir, una vez más, que no fui incluido en Nueve novísimos -pobre juego de palabras, por cierto, y que además no es siquiera original- lo que me libera de una pertenencia en sentido estricto. El sustrato de la maniobra sí tenía carácter político (mejor de partido) cuya paradoja fundamental residía en la militancia aguerrida del pope y la indiferencia -o apoliticidad, y ya sabemos qué sea eso- de los ocho (había un prosélito). Hablar ahora de la vanguardia como reacción (¿ante qué?, ¿ante la molicie burguesa?, ¿ante las consignas del sóviet?) es puro disparate. Era (éramos los poetas que traté: Azúa, Gimferrer y Panero) jóvenes rupturistas en el exclusivo ámbito de la literatura y de las artes plásticas, y demonizadores, por lo tanto, de lo que se llamaba poesía social -Celaya- y, en general, de la generaciones reinantes, que con calzador se metían en la historia de la literatura y que tenían en la exaltación del hombre y de su entorno la razón de su existencia. Dejando la poesía a un lado, lo que por otra parte es un ejercicio recomendable, ya que hoy -¿alguna vez?- me cuesta reconocerme como poeta, y entrando en las otras formas -aunque estén indudablemente, y cada vez más, solapadas de la literatura, es evidente que la relación entre la escritura y la política es sumamente estrecha, si es que no es una misma cosa. Estirar el concepto democracia hasta equipararlo, en cuanto a facultades para llegar a todo, con la literatura es doblemente incierto. Por un lado no es seguro que la democracia pueda -o deba- llegar a ser un sistema de gobierno -o un modo de vida- en el que todo esté representado y, por otra parte, tampoco la literatura, entendida como acto de creación, está muy claro que deba asumir en profundidad el papel de remodelador de la sociedad sino quedar simplemente en el apartado del pasatiempo o, en todo caso, aunque esto sería secundario, en el del cultivo de la inteligencia.

A. V.: También has asumido, entre otras, «la tarea del traductor» (Benjamin dixit)

Ferrer Lerín: Hubo tiempos de grandes hambrunas en los que un señor llamado Manent de la editorial barcelonesa Juventud me pagaba 95 pesetas (¿año 1962?) por informe, sobre libros, a veces en lenguas complicadas. Lo mismo en otras editoriales y, las traducciones, tenían también, una proporcional consideración económica. Surgió entonces un fenómeno de raíz melancólica que me permitió lidiar con éxito, mientras duró, en las arenas editoriales. ¡La ciencia infusa! Despertaba con el dominio extremo de una lengua. Traduje del alemán, del italiano, lenguas que no me eran propias, con rapidez y tino; y acabada la labor se borraba el conocimiento. Recuerdo que Carlos Barral me entregó un sesudo mamotreto para que lo tradujera. El original estaba en alemán pero él me pasó la versión francesa -soy, era bilingüe, trilingüe si considero el vernáculo, por razones familiares- pero, sin pensarlo -presentía, sin duda, la palabra de Dios-, le pedí el original: sorpresa, incredulidad, creencia en que no era más que un farol, pero me llevé sólo el teutón, y en menos de un mes estaba (perfectamente) traducido. Qué cosas la juventud.

A. V.: Tienes un guión inédito, Die Rabe.

Ferrer Lerín: Frederic Amat acababa de rodar un mediometraje sobre un guión de Joan Brossa (ya había rodado Viaje a la luna, el guión de Lorca) y por una serie de circunstancias se produjo un encuentro comentándome su interés en que escribiera algo (de alto riesgo, arriesga Lerín, arriesga, fueron sus palabras). En poco tiempo terminé Die Rabe y quizás el corto plazo, lo subjetivo del documento, desconcertaron al cineasta y la cosa se dejó por el momento. (“Es tan personal todo, son tus obsesiones…, y además el guión no sólo es literario, es técnico… realmente la película ya está hecha… si hubiera que rodarla deberías ser tú el director (!).”)

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A. V.: Y acabas de rematar tu primera novela

Ferrer Lerín: El fracaso del guión, sirvió, no obstante, para reencontrame con la escritura. ¿Veinticinco, treinta años? Más o menos empujado por la voz de distintos sabios -Azúa, Ozón, Túa- me puse a escribir la novela P.A.M. En cuatro meses estaba lista. Lógicamente autobiográfica y lógicamente dulcificada dado el carácter abrupto de mi trayectoria, intenta seguir los pasos del personaje Pablo Amatller Moragas desde la adolescencia hasta el delirio del guión Die Rabe que se inserta como coda del relato. ¿Escribir? Es una bonita profesión. Y creo que voy a dedicarme a ella. «La más señorial de las artes» diría Ezra Pound, aunque lo circunscribiera sólo a la poesía.

A. V.: A lo largo y ancho de tu escritura (guión, poesía, novela) es central la presencia de las aves de rapiña…

Ferrer Lerín: Volvemos a las andadas. Nada de simbologías. A lo sumo considerar que la presencia de necrófagos nos permite disfrutar de un placer arqueológico -como elementos activos de un paisaje medieval infestado de restos humanos tras las batallas-, pero lo fundamental es el placer meramente visual, el vuelo coronado, las paradas nupciales.

A. V.: …no obstante, hay en tu obra algo que a nosotros nos fascina, EL MULADAR, por el que también se ha sentido profundamente atraído el artista y buen amigo tuyo Tito Díaz.

Ferrer Lerín: El muladar (metátesis de ‘muradal’ -lo que está fuera del muro, extramuros- por contaminación con ‘mulo’, la carroña más frecuente en tiempos) no tiene para mí en principio un excesivo valor extrafuncional (es recuperando los muladares de los pequeños pueblos como se logra de modo natural la recuperación de las grandes aves necrófagas, y hay que decir que esa ha sido mi labor -filantrópica, y exitosa- durante años). Luego, la presencia del escultor Tito, que agotada su experiencia con cabello desea investigar otros materiales, me hace considerar el muladar desde otras ópticas menos directas aunque no menos obvias. De ahí a utilizarlo para algún texto va un paso: acaba de publicarse “El muladar”, en la revista Lateral, el acompañante literario de unas magistrales fotografías del alemás Jens destinadas a El País Semanal que por razones desconocidas no llegan a salir. Mi postura actual ante ese lugar de encuentro está basada en la experiencia ritual, casi sagrada, del acto de la ingestión de cadáveres. Ampliamente representado en Die Rabe, aún da sus últimos coletazos, en el primer capítulo de La Bestia de Gévaudan, mi segunda novela, aunque, lógicamente, como tema literario, ya va siendo un asunto a extinguir, al menos en mi escritura.

A. V.: La agresión, la muerte, el asesinato, la violencia de y en las muertes, y ante todo una visión muy particular sobre lo corporal también tiene su sitio en la escritura de Francisco Ferrer Lerín.

Ferrer Lerín: «…una violenta praxis proteccionista…» se lee en el poema biográfico “Elena Blum” de mi tercer poemario (¡qué palabra!, ¡Dios!). Una ética ambiental llevada al paroxismo está detrás de tanta muerte (aséptica, no hay correlato sádico). Comprometido hasta el límite, el poeta, intenta sacudir las conciencias con el alegato: “La explosión demográfica nos lleva al suicidio”. Y es cierto. Retórica, hipérbole, signos de admiración aparte, estamos, todos los humanos, bajo la espada de Damocles de la destrucción del planeta por la necesidad de tierras, de agua, para esas masas irredentas. No se trata de exterminarlas, of course, pero por favor, regulemos los nacimientos. Y aquí nos podríamos extender sobre conceptos políticos realmente decisivos para nuestro futuro, y que gravitan sobre la irracionalidad de las religiones y nacionalismos, y la ambición sin límites de la maquinaria productiva. Y esa pamema de las oenejés, insulto al sentido común, intento de sustitución de la justicia social por la caridad; mucho tienen que decir determinadas agencias, de comprada inteligencia por parte de los de siempre.

A. V.: Muchos estarían tentados de desviar –craso error–, como fue el caso de Artaud y otros tantos, un discurso sobre tu obra por los cauces de lo clínico.

Ferrer Lerín: Artaud, y algún epígono actual, brillan desde la lucidez excéntrica de la locura. Pero nunca han sido santos de mi devoción los argumentos de corte psiquiátrico. En el cine, incluso alguno de mis autores preferidos, Hitchcock sin ir más lejos, han hecho lo peor de su obra, cuando se han apoyado en casos clínicos. Es un recurso demasiado fácil para el creador, y no digamos para el crítico. La expresión demente de Anthony Perkins, no difícilmente conseguida por otra parte, las secuencias oníricas de Rebeca, a instancias de la afición por el psicoanálisis del guionista Ben Hetch y cuya autoría sólo hay que atribuir a medias a Dalí porque no fueron correctamente interpretadas, no pertenecen a la nómina excelsa, la que incluye la totalidad de filmes como Encadenados y La ventana indiscreta.

A. V.: Crítica y creación ¿ví(d)as paralelas?

Ferrer Lerín: Mi opinión acerca de la crítica literaria es rotundamente tópica: nunca debe ejercerse por escritores; la figura del crítico debe corresponder a un profesional de la crítica, no basta con haber leído mucho y manejar con soltura las ciencias comparadas, se necesita un distanciamiento que nunca tendrá el creador. Las fusiones, lo fronterizo, la huída de los sellos, pueden vigorizar géneros -la novela, sin ir más lejos- pero pienso (estoy hablando de mí, de lo que llevo haciendo en el pequeño, e intermitente, espacio de tiempo -leo rápido, escribo rápido- que supuso la redacción de mis tres libros de poemas, el guión, la primera novela y las primeras páginas de la segunda) que el ejercicio de la crítica no debe participar en la elaboración de esos cócteles, entre otras cosas porque siempre hay un componente envidioso, vengativo incluso, y es por todos sabido que este no es un buen caldo de cultivo. Y otra cosa, antes de que se me olvide: la literatura (la escritura) permite corregir la historia, la realidad, la vida; al menos la del autor. Amén.

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About the Author

Antonio Viñuales Sánchez

Es profesor de lengua y literatura españolas en el CPEPA "Miguel Hernández" (Huesca). Fundador de Caminos de Pakistán en 2002, ultima una tesis doctoral sobre la obra literaria de Ferrer Lerín bajo la tutela de su maestro Túa Blesa. Además, dirige la nueva andadura de esta revista de literatura junto a Enrique Acosta, Carlos Blasco y José Ángel García.



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