Published on mayo 3rd, 2013 | by
0Editorial: Caligrafía
Su nombre es, como aseguran algunos de ellos, fruto de un error, errata de imprenta, ultracorrección ortográfica en la portada del libro de Castellet. Su poesía nace de las cenizas de ídolos caídos y de realidades nuevas que necesitaban de una corporeidad poética, entonces aún no creada. Ellos eran Nueve novísimos, fueron luego docena, decenas, quién sabe cuántas cabezas pensantes, cuántas escribientes plumas, cuántos. No creo que todo esto importe ya lo más mínimo.
Los Novísimos, todos ellos, nacieron en 1970 y ahora, a la temprana edad de treinta y dos años, han caído fulminados -llevarían así, seguro, un tiempo ya-, en un viaje a Zaragoza. Seguirán sus hijos, los libros que precedieron y sucedieron a la antología, y los de aquellos que llegaron más tarde al no tan novísimo tranvía. Pero ellos, definitivamente, están muertos y enterrados. El que estas líneas suscribe, sí, yo mismo, he asistido al funeral. No ha faltado en los fastos emocionado recuerdo, no faltó su poesía, y loas, y aplausos. Y no faltó tampoco quien delatara, por lo bajo al principio, a voz en grito después, la inmensa lona circense que cubrió sus cabezas al nacer. El mayor espectáculo del mundo perfectamente embalado y dispuesto para su exhibición -sé que es fácil, pero no puedo resistirlo-, en las librerías de novísimo.
No quisiera que quedara en el lector sombra alguna de duda, es mi intención dar noticia puntual del fatídico suceso, aunque para ello tengamos que atravesar un terreno paradójico cuando menos. Y es que las circunstancias que rodean la muerte de todo este grupo poético apuntan a un claro suicidio. Y no sólo eso, sino que son, a su vez, ellos mismos quienes se afanan en echar tierra sobre el cadáver, el libro, un Nueve novísimos ya viejo, convertido en reliquia, una joya de anticuario de elevado precio, ahora ya en euros.
Esto no es nuevo. Muchos sabían que no hay tantas semejanzas entre su poesía; muchos otros, que nunca han gustado de ser etiquetados; algunos, que sus poéticas se han alejado tanto que ya ni se soportan entre ellos, o abominan de lo que fueron. Los propios poetas lo han confesado en el Congreso de Poéticas Novísimas, en Zaragoza. Ellos mismos han clavado la pluma en el corazón del grupo poético. Y sólo así han conseguido que los viéramos, a cada uno de ellos, por lo que fueron antes, por lo que son ahora, que viéramos más nítidamente a los que se vieron adscritos al grupo con posterioridad, que viéramos su independencia, que los viéramos como poetas, pues, y no como la troupe de un viejo circo. Que viéramos a Gimferrer, a Carnero, a Villena, Panero, Álvarez, Sánchez Robayna, y tantos otros sin un antes o un después del libro, sino en sí mismos, por su propia obra, por su propia poética, por su propia persona.
Por eso digo que el grupo, los Novísimos, ha muerto. Creo que el propio J. Mª Castellet les puso el puñal en la mano con su «Novísimos 2000». Ellos, claro está, lo han cogido y utilizado. Y, al cabo, Túa Blesa en su Congreso, quizá consciente desde hace tiempo del anuncio de esta muerte, ha oficiado en un laisser faire y en un solo acto, un sonado funeral y, al menos por mí, un aplaudidísimo bautizo.